El P. Nicolás alienta la hospitalidad en las fronteras
La hospitalidad es "un impulso que engendra el respeto mutuo entre el anfitrión y el extraño, que nos empuja a abrir la puerta para compartir comida, espacio y saberes, tanto en los buenos tiempos como en los tiempos en que estamos desbordados", dijo el P. Nicolás.
Abrir nuestras puertas. Muchos países en desarrollo se enfrentan a la desproporcionada responsabilidad de acoger a los refugiados, algo injusto, peligroso y potencialmente desestabilizador para estos estados. Por otra parte, los gobiernos europeos aún no han adoptado medidas para permitir el acceso seguro al continente. Muchos líderes europeos priorizan la protección de las fronteras por encima de la protección de la vida humana. El P. Nicolás hizo un llamamiento a los líderes de los países industrializados a poner algo de su parte para acoger a los refugiados, arguyendo que la verdadera seguridad se basa en la justicia, no en el control fronterizo.
El P. General Adolfo Nicolás en un momento de su intervención. / FOTO: P.Roy Sebastian
En un mundo cada vez más globalizado, donde las fronteras nacionales son cada vez menos relevantes, la gente puede entender mejor cómo viven los demás y ofrecer su ayuda. "Todos nosotros merecemos ser acogidos, no porque seamos miembros de una familia, raza o religión específica, sino simplemente porque somos seres humanos dignos de respeto", aseguró el P. Nicolás.
"El papel del encuentro personal es importante en la superación de los estereotipos", siguió el P. Nicolás. "Nuestro encuentro con los refugiados es horizontal, no vertical. Estamos al mismo nivel".
Reconciliación. El P. Nicolás, además, dijo que la tarea de la reconciliación es una cuestión urgente. La reconciliación consiste en construir puentes y rehacer unas buenas relaciones. El JRS trabaja por la reconciliación siguiendo la misión de la Congregación General 35, que invita a los jesuitas a reconciliar divisiones, especialmente en los márgenes de la humanidad.
El P. Nicolás señaló que la palabra "frontera" deriva de la palabra latina frons, que significa "cara". Explicó que la reconciliación en las fronteras significa "devolver el rostro humano a los que han sido deshumanizados por exclusiones violentas... Esta es una tarea que nunca termina".
Educación. Hablando en el marco del 25 aniversario de la Convención de los Derechos de la Infancia, el P. Nicolás declaró que la educación es una prioridad, una emergencia. Incluso en estados como Italia, donde la educación es un derecho, muchos niños refugiados son víctimas de la brecha que hay entre ley y realidad. En situaciones de emergencia, como en Siria, generaciones enteras corren el riesgo de quedarse sin educación. "Esto es peligroso", señaló el P. General, porque "la ignorancia genera una violencia que, a su vez, se convierte en un círculo vicioso".
La educación da una sensación de normalidad a la vida de las niñas y los niños. Permite que generaciones de niñas y niños construyan comunidades cimentadas en la paz y el respeto por la diferencia. El P. Nicolás concluyó diciendo que "la educación y la formación son aspectos clave para salir de la verdadera pobreza, que es cultural y humana, más que económica".
Testimonio de un refugiado sirio en Italia, Tareq
El joven Tareq contando su testimonio. / FOTO: Chiara Peri - JRS
Mi nombre es Tareq, y tengo 28 años. Soy sirio de Damasco. Hoy en día, soy un refugiado en Italia. En Siria, estudié idiomas en la universidad. Dejé mi ciudad natal, apenas me gradué para evitar el servicio militar obligatorio.
Yo no quería ir a la guerra. Odio las armas. Así que no tuve más remedio que huir y buscar asilo.
Mi familia se quedó en Damasco. Antes de la guerra, vivíamos en una casa en un suburbio densamente poblado de las afueras de la ciudad.
Durante años ha habido enfrentamientos en esta área, bombas que estallaban, disparos... Esta es la razón por la que población civil ha tenido que huir. Todos hemos huido.
Hoy, espero que mis padres y hermanos y hermanas más jóvenes no vuelvan a verse desplazados. Por desgracia, la probabilidad de quedarse se vuelve más difícil cada día.
Me siento un privilegiado. Conseguí llegar sano y salvo a Europa. En Siria, la población está completamente agotada. Y pocos sirios son los que pueden permitirse huir.
Muchos amigos y familiares me llaman al móvil y me dicen: me voy mañana, me voy de Damasco, me voy de Siria, estoy en camino.
Otros llaman desde Libia antes de embarcarse. De esta manera, saben que si no lo consiguen, podré decírselo a sus familias.
Siento esta enorme carga. Es como si cada vez pusieran sus vidas en mis manos. Como si con la llamada telefónica, sus mentes y corazones ya hubieran llegado a Europa. Entonces usted debe tratar de saber qué fue de sus cuerpos. Y de muchos, de muchísimos, ya nunca hemos sabido nada más.
Hasta hace seis meses estuve viviendo en Milán. Pasaba horas y horas en la estación central hablando con muchos sirios que querían ir a Suecia. Estaban allí durante días y días esperando la posibilidad de irse. Hombres, mujeres y muchas familias con niños. Ellos saben que no todos los países de Europa son iguales. Saben que se puede vivir mejor en algunos países del norte de Europa, y tratan de ir allá.
Durante meses, durante las largas tardes milaneses, escuché historias de dolor, de sueños y de esperanzas. Y aquí estoy hoy con esta maleta de palabras que quiero compartir con ustedes.
El pueblo sirio pide paz. Pide que Europa le acoja y le proteja. Pide a la comunidad internacional que apoye a la población civil en esta tragedia que parece que nunca va a terminar, pide que haga lo que esté en su mano para devolver la dignidad a un país golpeado.
Quisiera dar las gracias a Centro Astalli [Servicio Jesuita a Refugiados en Italia] por haberme dado la oportunidad de estar aquí hoy, por haberme permitido ser la voz de los que en este momento están bajo el estruendo de las bombas, en embarcaciones a la deriva en el mar, o en algún punto fronterizo cualquiera de Europa recibiendo la noticia de que no pueden pasar.
Tareq Al Jabr
Esperanza y miedo - testimonio de un jesuita sirio
El jesuita sirio durante su intervención en el 34º aniversario del JRS / FOTO: Chiara Peri - JRS
Cuando empezó el levantamiento popular en Siria, había muchas esperanzas y temores. Sirios de todas las ideologías sabían que las reformas eran vitales, pero que tendrían un elevado coste. Unos estaban esperanzados y animaban al movimiento por la reforma; otros, más cautos, se mostraban reacios. Había extremistas y moderados en ambos campos.
Los jesuitas siempre han querido estar presentes en ese punto intermedio universal que anhelan los sirios; pero encontrarlo no es una tarea fácil. Los jesuitas sirios no se representan a sí mismos, sino al trabajo de un grupo en particular, los 'cristianos', y al de la Iglesia local.
Tuvimos que tener en cuenta la complejidad de la situación - los efectos de la geopolítica en el movimiento - y la fragilidad del mosaico sectario, sociocultural y étnico de la sociedad siria. Des-pués de haber elegido ese camino intermedio, hemos tratado de esbozar un nuevo futuro para Siria más pacífico, libre e en el que todos quepan.
Aunque los sirios interactúan espontáneamente en muchos lugares - escuelas, universidades, luga-res de trabajo - esto no es así en las mezquitas, iglesias o asociaciones relacionadas. Organizacio-nes religiosas han puesto en marcha proyectos de caridad para ayudar a los afectados por la crisis. Pero el color de los servicios de la mezquita es puramente musulmán, y el de los servicios de la iglesia, cristiano. Así que nuestro proyecto tenía el doble objetivo de crear un espacio para que los sirios compongan un "color sirio", sin dejar de lado su color religioso.
Trabajando juntos con nuestras hermanas y hermanos de todos los grupos étnicos y confesiones religiosas, el JRS ha ayudado a todos los afectados por el conflicto, en particular a los más vulnera-bles. No es un servicio cristiano para los cristianos, ni un servicio cristiano para los musulmanes, ni siquiera un servicio cristiano para Siria. Nuestro trabajo juntos abarca todas nuestras diferencias. Nos hemos reunido como un microcosmos de la sociedad siria para evitar que nuestro proyecto sea presa de la discriminación y el extremismo. Todos y todas colaboran desde su experiencia, asumiendo este proyecto para salvar y reconstruir Siria.
Apenas dos meses después de abrir nuestras puertas, más de cien jóvenes se nos habían unido en Alepo: árabes, armenios, kurdos, cristianos, musulmanes ismaelitas, en su mayoría estudiantes universitarios. Trabajaron hombro con hombro durante ocho meses desinteresadamente, a veces incluso poniendo dinero de su bolsillo. A la mayoría no los conocía, ni se conocían entre ellos.
Sabían que hay personas que necesitan nuestros esfuerzos y corazones para paliar su tormento. Esta asociación sorprendió a todos, recibiendo el beneplácito de unos y duramente criticado por otros. Se ha abierto la puerta a un nuevo tipo de diálogo que se debería haber abierto hace mucho tiempo. La crisis se ha convertido en una oportunidad para que estos jóvenes forjen una relación fraterna hasta ahora inimaginable.
Antes, nunca había soñado que un día celebraría una misa en nuestra capilla, mientras que una chica musulmana estaría desplegando su alfombra de oración en la habitación de al lado. Jamás soñé con ser recibido en una mezquita y sentirme como en casa como ocurre con mis hermanos en Alepo.
La generación más joven de Siria está en peligro. Hay muchos que siguen trabajando en Siria. Ni son extremistas ni terroristas. Son la esperanza del país, y necesitan nuestro apoyo. Lo están arriesgando todo para hacer que la vida en Siria sea posible.
Pero la solución no es solo responsabilidad de los sirios. El egoísmo y los intereses de muchas na-ciones juegan un papel crucial en la prolongación del conflicto. El dolor y la muerte de la infancia siria, ante la mirada del mundo entero durante casi cuatro años, nos incumbe. Cada uno de noso-tros tiene algo de responsabilidad por la indiferencia de la política internacional. Pidamos ahora como votantes a nuestros líderes que hagan de la construcción de la paz una prioridad.