Entreculturas y Canal Sur viajan a República Democrática del Congo

En la página web del Ministerio de Asuntos Exteriores, actualizada a 29/06/2007, se lee el siguiente epígrafe sobre la República Democrática del Congo (RDC): "salvo por razones imperiosas, se recomienda no viajar, sobre todo al interior del país". Especialmente la zona este del país, añaden, debido a la persistencia de combates. Pero ¿la guerra no acabó en 2002?, ¿no ha habido un gobierno de transición y unas elecciones democráticas en 2006?, ¿por qué continúa la violencia, especialmente en el este de la RDC?.

Uvira, la ciudad donde se ha rodado la mayor parte del reportaje, está justo allí: a las orillas del lago Tanganica, en pleno este del país y a escasos kilómetros de la frontera con Burundi. ¿Por qué entonces la elegimos como destino? Porque el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) cuenta en la ciudad con un Centro de Tránsito y Orientación (CTO), donde se acoge y se trabaja con los niños y niñas soldado que son recuperados de los grupos militares todavía activos en dicha región oriental. Con carreteras impracticables en todo el país, la localización de este centro, cercana a las comunidades de donde los niños y niñas proceden, es idónea para facilitar el retorno a las casas de donde desaparecieron, una vez que acaba su periodo de estancia en el centro. Y, aunque internacionalmente no se aconseje permanecer en esa zona bajo ningún concepto, lo cierto es que sólo viviendo y trabajando allí es posible que, desde lugares como este CTO, se pueda llevar a cabo el trabajo de desmovilización y reinserción de los menores soldado. Por eso fuimos con el equipo de Canal Sur, para poder filmarlo y darlo a conocer.

 Viaje_Uvira_1  ¿Qué tiene la RDC y en particular el este del país, para que se considere una zona de alto riesgo? Aunque cueste creerlo viendo el mapa de África, la RDC tiene una extensión equivalente a 4.6 veces España (más de dos millones de km2) y poco más de 61 millones de habitantes, localizados principalmente en el sur del país, que basan su supervivencia en una economía agraria de subsistencia. Sin embargo, en la meseta del sudeste se encuentra la gran riqueza mineral del Congo: petróleo, diamante, cobre, zinc, estaño, oro, cobalto y uranio.

Esa región tiene, por otro lado, más de la mitad del abastecimiento mundial de coltán, mineral usado en los componentes de los teléfonos móviles y de los ordenadores, cuyo precio por onza ha llegado a competir con el oro. La RDC no sólo es rica en minerales, se suma a esta abundancia la extensión de su selva, que coloca al país entre los de mayor diversidad biológica del mundo.

Un conjunto de buenos motivos que hacen del Congo un país lo suficientemente rico como para que sus habitantes pudieran gozar de una cómoda existencia. Y sin embargo, la esperanza de vida no supera los 43.5 años (PNUD 2006). Mucho tienen que ver en ello los más de 40 años de dictadura a la que ha estado sometido y el hecho de que desde 1996 se hayan sucedido dos guerras internacionales y un continuo de conflictos que han dejado más de 4 millones de víctimas en el país, el mayor desastre conocido después de la Segunda Guerra Mundial.

Por ello, la ciudad de Uvira, en el este de un país increíblemente rico, es inmensamente pobre. Por no hablar de las comunidades cercanas de donde proceden los niños y niñas soldado. La electricidad, el agua potable, la salud y la educación son un lujo. En cuanto a las infraestructuras, apenas hay carreteras asfaltadas. Los caminos polvorientos son riadas de gente que camina decenas de kilómetros todos los días, cargando pesados bultos sobre sus espaldas o sus bicicletas, buscando dónde obtener algunos francos por ellos. Desde las 5 de la madrugada, las calles están abarrotadas de personas en movimiento, enfrentadas a la vida de ese día. No tendrán una nómina a final de mes ni harán planes para los años venideros, piensan sólo en el hoy. Mañana, caminarán de nuevo. Y a pesar de ello, se desplazan bien erguidos, andan con orgullo. Ellas, las mujeres, hermosas, calmadas y elegantes, llevan sus tinajas sobre la cabeza con el porte de quien se dirige a una gran fiesta. Ellos sonríen cuando les miras, te observan con curiosidad unos segundos y con timidez saludan, acogiendo al extraño.

Los tumultos de gente a pie en caminos, calles o carreteras ponen de manifiesto además otro hecho. Prácticamente no se ve un coche. En el este, con 32 dólares por año y habitante como ingreso medio no podrían mantenerlos, sobre todo porque la gasolina, a pesar de ser un país rico en petróleo, es más cara que en España. Por eso cuando se atisba un todoterreno, es fácil saber quién va al volante: la MONUC (cascos azules de Naciones Unidas), algún chofer de uno de tantos grupos militares o bien un cooperante de las pocas ONG de la zona. Por supuesto, fuera de los vehículos no se ven occidentales andando por las calles. Quizá esa era una de las razones por la cual al caminar entre la gente, acompañados además por una cámara de televisión, se formaba siempre un torbellino de congoleños curiosos alrededor.

Sobre todo, niños y niñas. Los hay por todas partes. A veces parece que fueran ellos los únicos que viven allí. Y no es de extrañar: aproximadamente el 50% de los habitantes del Congo son menores de edad. Este hecho tiene una doble lectura si pensamos que el presente y futuro de cualquier país está en sus gentes. Por ello en el Congo, como en muchos otros países empobrecidos, sobre los niños y niñas recae el peso de la reconstrucción y crecimiento de una patria maltratada. Trabajan desde que son capaces de tenerse en pie, porque es necesario para subsistir, y hacen todo tipo de tareas. Labores de niño, y de adulto.

Por eso, que los niños y niñas se acaben enrolando en los grupos armados, voluntaria o forzosamente, es para las gentes de allí una realidad asumida y conocida, a la que estos menores se ven empujados día tras día. ¿Realidad aceptada, por tanto, en silencio?. La respuesta es no. Algunas organizaciones locales congoleñas buscan sin tregua a los niños perdidos, hablan con los comandantes y tratan a toda costa de que los dejen en libertad.  Otras, como la nuestra, acogen a los menores el tiempo suficiente para que aprendan un oficio y una forma de vida en sociedad que les ayude cuando vuelvan a la vida civil.  Viaje_Uvira_2

También se trabaja en las comunidades de origen para que esos niños, temidos en ocasiones por su familia y vecinos, tengan un lugar donde regresar y volver a empezar. Y por último, más allá de las organizaciones no gubernamentales, están los propios congoleños y congoleñas, los que han entendido que el sinsentido de los conflictos en su país va más allá de los combates. Quedará muy presente lo que uno de ellos, mirándonos fijamente a los ojos, nos pidió una tarde: "Cuenten en Europa lo que ocurre en nuestro país, expliquen por qué somos tan pobres, díganle a los dirigentes que dialoguen, que no usen más la violencia, que no queremos sufrir más. Lo que nos ha sucedido no debería volver a ocurrirle a nadie, porque nos ha dejado unas heridas que tardarán mucho en cerrarse". El hombre que así habló sólo se interrumpió unos breves segundos, dudando si añadir algo más. Y lo hizo: "Cuando por las noches me paro a pensar en todo lo que hemos visto y vivido, ¿saben qué me sucede?: lloro".

El empleo de los menores soldado en los conflictos bélicos y su posterior desmovilización y reinserción ha quedado recogido en las muchas horas de rodaje, al igual que los testimonios de los niños y niñas protagonistas. Las causas de que se empleen niños y niñas en las guerras y combates también quedarán reflejadas: no es la corrupción de los militares, no. Es la aplastante pobreza. Pero, cuando terminemos de ver ese reportaje o leer testimonios como éste, que nos acercan un poco a esa realidad tan compleja de los menores soldado y de países como la RDC, antes de que sacudamos la cabeza y volvamos al quehacer de nuestras vidas, parémonos un instante por ellos: que exista un CTO en Uvira, llevado por el SJR o cualquier otra organización, es un oasis en medio del desierto, porque le da la vida a cientos de niños, oportunidades que de otro modo no tendrían y eso es grandioso, imprescindible, vital para esos jóvenes. Pero, ¿qué sucede con las decenas de miles de niños y niñas que siguen en manos de los militares?, ¿qué sucede con aquellos cientos de miles que no se han enrolado, pero que viven en unas condiciones aún peores que los menores soldado?.

No pueden quedar sólo al amparo de la voluntad y tesón de las ONG, porque estas situaciones de injusticia nos incumben a todos. Es imprescindible exigir, que exijamos, responsabilidades al gobierno de la RDC y a la comunidad internacional para que hagan uso de los recursos del país en beneficio de sus gentes (salud, educación, infraestructuras, seguridad y libertad), y para que no dejen impunes a todos aquellos que han golpeado, desestabilizado y saqueado la RDC durante tantos años de guerra y conflicto.

No podemos permitir que los congoleños lloren, porque son un pueblo alegre y lleno de vida; esforcémonos para que los niños y niñas del Congo y de otros muchos lugares sueñen, canten, vayan a la escuela y se apasionen por un futuro que haga mejor su vida y la de los otros; evitemos intensamente el caer en el "nada se puede hacer", porque ¡hay tanto por hacer!, y, sobre todo, luchemos con todas nuestras fuerzas para que su realidad nos siga emocionando, nos llegue al corazón, nos sacuda y nos saque aunque sea un sólo un instante de nuestro círculo de confort. Que nos haga removernos, levantarnos, sentirnos incómodos. Que no nos deje impasibles, indiferentes, inmunes. Porque si nos toca, si nos duele y nos indigna, todavía estamos a tiempo de buscar nuestra manera de sumarnos a todos aquellos que ya han dado algunos pasos en el camino del "yo quiero hacer de este mundo un lugar mejor". No lloremos, movámonos en cambio por ellos sin perder un segundo.

Viaje_Uvira_3 Por eso Graciela y yo, el equipo de Entreculturas que hemos viajado a Uvira, queremos reconocer y agradecer la labor de todos aquellos que ya están en movimiento y que dedican su tiempo y su trabajo a hacer crecer esperanzas y oportunidades: personas como Nicole Nuyts, la increíble directora del CTO de Uvira, y su equipo de docentes y animadores, quienes dedican todo su coraje y entrega a estos niños y niñas casi olvidados. O nuestros compañeros y compañeras del equipo de trabajo de la oficina del SJR en Bujumbura (Rosario, Alberto, Tony), que han sabido ser generosos en tiempo y paciencia con las necesidades del reportaje de televisión, en medio de la vorágine de trabajo que supone la región de Grandes Lagos. También queremos aprovechar para recordar a los niños y niñas ex-soldado y a todos aquellos pequeños que nos han parado por el camino, por regalarnos su tiempo, testimonios y sonrisas.

Por último, desde Entreculturas queremos dedicar un agradecimiento especial hacia el equipo de "Los Reporteros" de Canal Sur (Rosana, Antonio, Tasio y Diego), por el cuidadoso trabajo realizado y por dejarse emocionar más allá de la profesionalidad, sensibilidad y calidez humana que han demostrado durante estos 10 días en el corazón de África.